Ich

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Halloween Town, Spain
No soy tan loca como imaginan ni tan cuerda como quisieran. Soy un sueño destilado, una esencia enfrascada en cristal, el viento que abanican tus pestañas... yo soy... nada.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Londres



¿Qué puede ofrecerte una ciudad para que en 7 días logre robarte la razón? Hablando de London, la respuesta es: TODO.

La capital británica tiene la capacidad de usar un abrelatas para dejar al descubierto tu más genuino yo, conservado en su jugo tras la lata del subconsciente, de las rutinas y los días, para destaparlo, exprimirlo, airearlo y darle la vuelta una y mil veces. Reencontrarse con los adentros de uno mismo es fácil, porque hagas lo que hagas, lleves puesto lo que lleves puesto, escuches lo que escuches y comas lo que comas, a nadie le importa, puedes ser quien quieras ser, ser más tú mismo que nunca. Y más allá, señores, porque ver la vida a través del prisma londinense le abre a uno la mente, el espíritu, el corazón, y el apetito. La oferta gastronómica va desde la típica cocina inglesa, pasando por Chinatown y la India, hasta la comida mejicana, italiana, tailandesa, griega, árabe, taiwanesa... sus calles huelen a curry, a fish and chips, a periódico, tierra mojada, cerveza y té. La mezcla de culturas es constante y armónica, y resulta exótica y bella. Anonadado, te adaptas como una gacela a la jungla y saboreas el rico pasto cosmopolita con ojos y oídos nuevos; siempre sin parar, porque Londres nunca se detiene. La gente come de pie en la calle, caminando de un lado a otro, y haciendo vida al aire libre aunque haga frío. Pero si necesitas un respiro, solo tienes que acercarte a uno de sus numerosos y enormes parques, seguir al Conejo Blanco y perderte en otro mundo, donde no se ven los edificios y las ardillas comen de tu mano. Con suerte encontrarás el brebaje mágico que te indica "Drink me" (seguramente Earl grey de la mejor calidad) y te harás pequeñito entre las tartas multicolor del mercado de Borough, donde un pedazo de excelente brownie te hará crecer hasta medir 5 metros y poder ver al deshollinador amigo de Mary Poppins bailando sobre los tejados. Desde esa altura te resultará fácil llegar al Leadenhall market de una zancada para buscar la tienda de varitas de Olivander entre las numerosas tiendas que inspiraron el Callejón Diagón, y de ahí a las antigüedades de Portobello en Nothing Hill, a los cantantes de ópera y las tiendas de Pipas y dulces de Covent Garden, y a Candem market y su oferta goth, punk y alternativa en general solo hay un saltito. Si no te has reconciliado con tu yo infantil todavía solo tienes que visitar la tienda de M&M´s de cuatro plantas de Leicister Square, o pasar un rato divertido en Hamley´s, la tienda de juguetes más antigua del mundo donde todos los dependientes y visitantes  juegan y corretean por sus siete plantas. Pero si quieres el más antiguo y genuino Londres, el del s. XIX, entonces tal vez deberías volver a tu tamaño original y no dejar de ver el barrio de Whitechapel, donde aun acecha la sombra de Jack el Destripador; o pasarte por Fleet Street y rastrear  la barbería de Sweeney Todd. Y por supuesto, no puedes perderte la casa-museo de Sherlock Holmes ni la de Charles Dickens, aunque peor sería perderse el Shakespeare Globe, réplica del teatro incendiado del gran William en el s. XVI. Y si aun te queda sitio para la magia, tras estirar las piernas por Hyde Park y hacerle una reverencia a la estatua de Peter Pan, dirígete al Kensington Palace, convertido en palacio encantado, y trata de encontrar a las siete princesas cuyos espíritus se esconden en las habitaciones del palacio, entre frascos de lágrimas y fantasmagóricos vestidos flotantes. Y no dejes que la adrenalina baje, súbete al London Eye y contempla la ciudad extendida ante tus pies desde 30 metros de altura. Mi recomendación es que luego te tomes un perrito caliente a orillas del Támesis para recuperar fuerzas, y que  contemples el atardecer sobre las agujas del Big Ben, tal y como Peter y Wendy hicieran. Eso sí, si te has quedado con ganas de saludar a unos cuantos amigos, entonces solo tienes que entrar en la abadía  de Westminster  y dirigirte a la Poet´s corner para ver a algunos de los grandes con la pluma, asistir uno de los mil musicales que se ofrecen en el West End, o ir al Madame Tussaud y estrechar las manos de cera de varias celebridades. O por qué no, acercarte al British Museum y saludar a las momias egipcias más alucinantes. La cena: en el Soho. El culmen: una pinta de cerveza inglesa. El veredicto: absolutamente increible.

Londres... desde luego, volveré.

 


1 comentario:

Roberto Tega dijo...

¿Y los chicos-taxi conduciendo su bici como locos por el centro?
No sé que tiene pero es como estar soñando...


Love´s the funeral of hearts...