El cuento que iba a contarle era sencillo: fingiría conocer a una de sus antiguas y pechugonas secretarias, la cual me habría dado excelentes referencias sobre su persona, por lo que yo estaría deseosa de prestarle mis servicios. Luego me llevaría a algún lugar íntimo para charlar, y yo tendría que sacarle sutilmente la información que necesitaba: ¿Por qué desapareció justo el día en que la urdimbre ultra secreta de la unidad de la policía judicial iba por fin a desenamascararlo como proxeneta? ¿Quién le había dado el chivatazo?
El plan salió a pedir de boca. Me llevó a un hotel, y yo le llené la copa de barbitúricos. Cuando se desplomó sobre la cama registré sus llamadas. No pude creer lo que veían mis ojos en la pantallita del móvil: Su última llamada del 9 de enero era de un número que me resultaba muy familiar... Llamé deseando haberme equivocado. Pero no. La voz de mi hermano resonó al otro lado de la línea.