Vamos, ven a mi árbol en flor, esta noche apagaremos la luz [...]. Con la punta de tus ramas rayarás la bóveda celeste y sacudirás el tronco invisible que sostiene la luna. De nuevo caerán los sueños como nieve tibia a nuestros pies. Tus raíces en forma de tacón de aguja las plantarás en la tierra, firmemente ancladas. Deja que me suba a tu corazón de bambú, quiero dormir a tu lado [...].
Dejo mi llave en su mano derecha. Estoy nervioso, y eso produce un ruido estridente en mi corazón.
-¿Por qué tienes dos agujeros?
- El de la derecha es para abrir, el de la izquierda para dar cuerda.
- ¿Puedo abrirlo?
- Está bien.
Hunde con delicadeza la llave en mi cerradura derecha. Cierro los ojos, luego los abro, como cuando nos besamos largo rato.
Sus párpados están cerrados, tan magníficamente cerrados. Es un momento de una serenidad apabullante. Toma un engranaje entre sus dedos índice y pulgar, suavemente, sin ralentizar su funcionamiento [...]. ¿Me estará haciendo cosquillas en el corazón? [...] Cuando me aprieta con los labios hasta los dientes me produce un efecto a lo Hada Azul de Pinocho, pero más verdadero. Salvo que no es mi nariz lo que se alarga. Ella lo siente, acelera sus movimientos, aumentando progresivamente la presión sobre mis engranajes. Ciertos sonidos se escapan de mi boca sin que pueda detenerlos. Estoy sorprendido, molesto, pero sobre todo excitado [...]. Y hacemos el amor despacio; somos los amantes más lentos del mundo, apenas nos rozamos con nuestras lenguas.
La mecánica del corazón, Mathias Malzieu