.jpg)
.jpg)
Iba a inventarme algo sobre el motivo de mi desaparicicón, como que haciendo pesca submarina, una ballena blanca me engulló, y que os escribo desde su estómago, donde tuve la suerte de encontrar un portátil que pillaba el wifi del tío del faro, pero luego he pensado: "¡Coño, si lo que he estado haciendo todo este tiempo es hasta interesante!", y me he dicho, seamos sinceros, que hoy en día esto es algo que no abunda, y menos vía Internet.
Desde el uno de julio, he estado entretenida en un asunto que absorvía todo mi tiempo (lo siento, queridos lectores, fue por una buena causa): He estado dando clases de castellano a inmigrantes, y entre vosotros y yo: me ha cambiado la vida. Sí, señores, ha sido una experiencia magnífica, como darle brillo a las paredes de mi persona, como reconciliarme con algo antiguo y oculto. Estoy realmente feliz.
He tenido la suerte de conocer de primera mano un mundo escondido, aunque a la vista de todos, un mundo de colores, y la gran satisfacción que da el poder aportar un granito de arena en su favor. No he podido tener mejor primera experiencia frente a una clase.
La labor del profesor de español no se limita únicamente a dar una serie de preceptos gramaticales y evaluar al alumnado. Es algo mucho más profundo, dado que nos enfrentamos a un aula muy heterogénea, tanto a nivel de nacionalidad, como a nivel del español de cada uno. Tengamos en cuenta que la dificultad de estos inmigrantes para adaptarse a su nuevo entorno no solo reside en la imposibilidad de hablar castellano, sino en muchos otros aspectos, como la diferencia abismal de culturas, el racismo, los documentos necesarios para trabajar, la falta de recursos... etc. El docente no es únicamente el que aporta la teoría, sino que también es el encargado de que sea aplicable a la vida. Preparamos a los alumnos para salir a la calle y hacerse un hueco en la sociedad española, no para un examen (aunque bien es cierto que no hay examen más duro que el de la propia vida). En esta labor tan difícil y tan bonita a la vez, no solo aprenden los alumnos: el profesor nunca deja de adquirir conocimientos, y no simplemente como docente, sino como persona. Tengo la certeza de que tras esta experiencia tan enriquecedora, cualquiera puede decir que le ha cambiado la vida, no solo yo. El futuro es la multiculturalidad, lo que exige muchas veces un esfuerzo de tolerancia que todos debemos hacer.
El inmigrante es un personaje que está ahí, que vemos en la calle, que en muchas ocasiones sufre un desprecio que no merece, y al que por lo general no nos acercamos, quizá por miedo, por incomprensión, y desgraciadamente, por racismo. Las clases de castellano son también un ejercicio de aceptación para todos, una apertura de mente, un viaje a otros mundos... pura mixtura, y eso para mí es belleza.
La base para que estas personas puedan establecerse en España sin problemas, es sin duda la lengua. Y que estos cursos que he impartido tengan carácter gratuito es algo realmente bueno para ellos, de hecho así lo han manifestado, dada la escasez de recursos de la que disponen. No olvidemos que el español ocupa cada día un papel más importante en el mundo, y que su enseñanza no solo limita el nivel de actuación a la Península Ibérica. Una segunda lengua como el castellano puede ser muy útil también para viajar por el mundo, ya que actualmente es el segundo idioma más hablado del globo.
Estos meses, he conseguido despegarme de los ojos la niebla de la existencia, como el Augusto Pérez de Unamuno. Y ahora camino más firme, oteando el horizonte con la pluma en la mano, cargada de buenos momentos y sobre todo, de infinitas ganas. Septiembre se presenta escabroso, pero he regresado decidida a no abandonar por más tiempo este sitio, de manera que estaré aquí, para quien quiera leerme, desde la panza de una ballena, o desde el escritorio de mi cuarto.
Un saludo a todos.