
Vengo a vomitar palabras bajo los influjos oscuros del té negro, a saber, el de mayor contenido en teína que existe. Es lo que nos queda a los que detestamos el café. Digamos que me espera un día duro...
Está nevando afuera. Pero no cuaja. Cómo echo de menos aquellas nevadas hasta medio muslo... aquellas resbaletas que bajábamos haciendo del trasero un trineo, auquel "No, mamá, pero si no tengo frío" mientras te castañeteaban los dientes, aquel chocolate caliente con frisuelos de la abuela mientras se te descongelaban los dedos al calor de la chapa de la lumbre... Mis recuerdos infantiles más felices lo he vivido bajo una bufanda de lana, curtiéndome al frío del norte. Hoy el gélido soplido del cielo me ha traído aires con regusto de niñez.
El tiempo ha cambiado. Y no me refiero solo al climático, como es evidente, sino al tiempo en sí. A medida que crecemos, se va encogiendo, hasta prácticamente desaparecer, como una paradoja cruel. Los tiempos de nevada no solo eran felices, sino largos. Había tiempo para los trineos, para la matanza en San Martino en la cálida cocina de leña de mi abuelo, para la Navidad alegre y con regalos... Ahora, en un parpadeo de ojos es primavera, y estoy harta de perderme el invierno. Sospecho que algún trasgu anda escondiéndome los minutos a pellizcos pequeños, y que por eso no me doy cuenta. Pero prácticamente desde el comienzo del curso no he tenido ni un hueco de soledad para poder ponerme nostálgica, para desempolvar la pluma y llenar un folio, para mancharme los dedos de carboncillo o arrancarle alguna canción a Penumbra, mi guitarra. Voy dejándolo todo para más adelante, para mañana, para dentro de un rato... Y eso conlleva no solo la acumulación de tareas, sino también la de trastos. El bazar de mi cuarto está a punto de desplomarse, y no comprendo cómo ha llegado a tal estado siendo una maniática del orden como he sido siempre. El caso es que miro atrás y no recuerdo cuándo empezó todo (de nuevo el trasgu me hace jugarretas con la memoria); me refiero al desorden, a la pésima organización que me carcome. Creo que se debe a un desorden interior que ha terminado por plasmarse fuera, y como estoy llevando a cabo la empresa imposible de volver a los orgígenes, esta tarde he decidido dedicarla a ordenar mi habitación, sin siestas ni descanso de por medio (no quiero darle más oportunidades a ese pillo duende).
De ahí el delicioso té, que de paso me calienta las manos, pues sigue nevando afuera. La guinda sería un chocolate de mi abuela. Pero hay cosas a las que desgraciadamente, no se puede volver.